Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL DE 1927-1928
Y EL OCASO DEL CAUDILLISMO

Pedro Castro


La sucesión presidencial del general Plutarco Elías Calles (1924-1928) parecía que tendría lugar en forma pacífica y ordenada. El "árbol de la Revolución" fue podado después del fracaso de la rebelión delahuertista, y con ello depurada -si así se puede decir- la clase política. Pero, a pesar de los avances administrativos en diferentes campos bajo la dirección de Calles, poco o nada avanzaron las instituciones propias de la democracia representativa. Así, la clase política se concentró en torno de las dos figuras del momento, el caudillo y el presidente en funciones, y estuvo pendiente de seguir el camino que ellos le marcaban. Pero los mensajes que recibía distaban de ser claros. El presunto heredero de la presidencia, el general Francisco R. Serrano, después de ser ungido como tal, perdió todo el apoyo a partir de que el caudillo Álvaro Obregón decidía volver a la silla. La situación del general Arnulfo R. Gómez, el otro aspirante al puesto, desde el principio fue diferente a la de Serrano. Su caso es por demás curioso, porque carecía de trayectoria política y, por lo tanto, no era un personaje de relieve, pero fue de los primeros en darse cuenta de que la suerte estaba echada desde el principio de la campaña. En esta situación florecía el caudillismo como en sus mejores años, y de la finca de Náinari a Palacio Nacional solamente había un paso. Para Obregón el paso más difícil fue tomar la decisión de volver a la presidencia, porque los recuerdos de la lucha contra Díaz y las secuelas de una larga guerra civil estaban más vivos que nunca. Una reforma constitucional buscó legitimar las pretensiones reeleccionistas, pero eso no eliminó la sensación general de que se regresaba al pasado, y de que un nuevo dictador tocaba las puertas. Calles las respaldaría con todas sus fuerzas, mientras que los opositores, escépticos ante la posibilidad de que se les otorgara el triunfo, buscaron tomarlo a la fuerza, urdiendo un movimiento conspirador que a la postre les costó la vida.

La idea fundamental del trabajo que presentamos es que el caudillismo rampante en la época, toda una institución en sí misma, aseguró el regreso de quien contaba con todos los recursos necesarios para aplastar a sus oponentes, tanto en el plano electoral como en el de la fuerza. La azarosa campaña presidencial del 1927-1928, particularmente en su primera fase, queda en la historia como una de las más agresivas tanto en el plano verbal como en el de los hechos, responsabilidad que compartieron tanto el candidato oficial como el de la oposición. Resumir una larga campaña dada la extensión de este ensayo nos obligó a hacer de lado algunos de sus aspectos, si bien buscamos incorporar los elementos principales que constituyeron ese fenómeno, revelador del atraso político en que el país se encontraba. El andamiaje de la conspiración de Serrano y Gómez y su trágica culminación se abordan aquí de una manera tangencial, porque este episodio, por cierto uno de los temas favoritos de la historia política-criminal de México, cuenta con una impresionante bibliografía.

Las razones de Obregón para lanzarse de nuevo a la presidencia

¿Cuál es el trasfondo del intento de vuelta de Obregón al poder? ¿Cuál fue la lógica de su temeraria resolución, que convocaba a los espantos del pasado? Para responder estas preguntas, es necesario conceptuar la figura del general Obregón en su papel de líder carismático y nuclear de un régimen personalista y cuasi militar, cuyos mecanismos partidistas, procedimientos administrativos y atribuciones legislativas estuvieron sometidos a su control, de manera directa o a través de su corte de funcionarios mediadores. En su sentido más tradicional, el caudillo es la pervivencia de un fenómeno propio del siglo XIX, al que la Revolución Mexicana le imprimió su carácter particular. Este violento proceso tuvo un efecto cataclísmico, y aunque no engendró un orden enteramente nuevo, sí impactó severamente la relación entre las clases existentes. Por otro lado, el derrumbe del Estado porfiriano vulneró la suma de sus ligas institucionales que permitieron su férreo dominio por más de treinta años. El colapso de la autoridad central permitió que caciques y jefes de ejércitos irregulares se apoderaran de parcelas del aparato político nacional, reeditándose así la caótica situación del país en su fase inmediata posterior a su independencia. Entonces la integridad territorial, la reconstitución del poder y la centralización del mando fueron necesidades inaplazables, y a falta de otro recurso mejor, el único fue el caudillo. Éste armó una estructura de jefes locales y nacionales, tradicionales y carismáticos, y construyó a su medida una estructura de poder confederado sustentado en la fuerza de las armas, con la presencia de masas campesinas y obreras encuadradas en un incipiente sistema corporativo.

Una vez en la presidencia en 1920, investido de la legitimidad que le daban sus victorias militares y su retórica progresista, Obregón fue la institución dominante. El Partido Nacional Agrarista (PNA), el Partido Laborista Mexicano (PLM) y hasta 1923 el Partido Nacional Cooperatista (PNC), aunque rivalizaban en la búsqueda de posiciones en los congresos y en los gobiernos de los estados, le estaban subordinados en lo fundamental. Todos ellos basaron su efectividad, y con ello exhibieron sus limitaciones, en sus vínculos con el caudillo, quien disponía de una amplia capacidad de ejercicio del puesto a través de la dependencia basada en la lealtad de sus seguidores inmediatos, su popularidad personal, y cuando ellos fallaban, en la fuerza y el fraude.

¿Qué condujo a Obregón a volver a la presidencia?: ¿un afán desmedido de poder?; ¿la convicción de que con Serrano o Gómez "la Revolución" estaba en peligro?; ¿una cesión de su postura ante los llamados de su grupo más íntimo, deseoso de prolongar su estancia en el poder?, o ¿el temor de que Calles, aliado con Morones, desplazara al obregonismo? No existe una respuesta única para tales preguntas, más bien diferentes versiones, de propios y extraños. Ante estas oscuras circunstancias, el análisis de la temeraria decisión de Obregón de regresar al poder deberá atender un espectro de posibilidades que incluyen, a más de los aspectos subjetivos, otros aspectos de orden más objetivo, tales como el cansancio social de una larga guerra civil, la dinámica propia del caudillismo y el adelgazamiento de la clase política y militar revolucionaria.

El general Ríos Zertuche, uno de los obregonistas más connotados, sostenía que fueron varias las causas que estuvieron tras la decisión del general Obregón de "admitir" que fuera lanzada su postulación presidencial. Estuvo desde luego su convencimiento de que el general Francisco Serrano, a la postre, no era el indicado para suceder al general Calles. Es más, en privado, a Obregón se le escuchó decir que envió a Serrano a Europa a quitarse sus vicios; pero, lejos de esto, regresó con otros nuevos, y que en estas condiciones era inapropiado para recibir un cargo de tanta responsabilidad. La idea de desplazarlo acabó dominando las obsesiones del caudillo. Sin embargo -continúa Ríos Zertuche-, la razón decisiva fue su "descubrimiento" de un presunto pacto secreto firmado entre el general Calles y el líder Luis N. Morones el 29 de noviembre de 1924, es decir, en vísperas del ascenso del primero. El punto más serio fue el de la "disolución gradual" del ejército al año siguiente, siendo reemplazado por batallones de los sindicatos de la CROM. Por su parte, Calles nombraría secretario de Industria, Comercio y Trabajo a Luis N. Morones, a fin de que pudiera organizar a todos los trabajadores bajo la bandera de la CROM.[ 1 ]

Cada vez más convencido de que era el indicado para volver a ocupar la presidencia de la república, Obregón discretamente resolvió correr la suerte de postularse de nuevo como su candidato. Con estilo característico, se tomó el tiempo necesario para realizar aproximaciones sucesivas a su propósito, calibrando cuidadosamente las reacciones en favor y en contra de su regreso a la política. De algún medio, lugar, o de la prensa se inició una ruidosa polémica acerca de si la Constitución permitía o no la reelección presidencial. En sus inicios, la balanza de los argumentos favorecía a los opuestos a la reelección -esa palabra maldita-, pero pronto apareció la ocurrencia genial del abogado Manuel Calero -personaje del Antiguo Régimen-, en el sentido de que el artículo 82 sostenía que el presidente de la república duraría en su cargo cuatro años y nunca podría ser reelecto. Pero, y aquí viene el detalle: la referencia era para el presidente de la república en funciones, y no para un ex mandatario, por ventura el ciudadano agricultor general Álvaro Obregón, o más ladinamente, cualquier otro mexicano con excepción del presidente Plutarco Elías Calles. El argumento era impecable en apariencia, y puso los cabellos de punta a quienes suponían que el caudillo viviría feliz el resto de su existencia empacando legumbres y verduras de exportación desde su finca. Pero Obregón no parecía dispuesto a contradecir al ilustre jurisconsulto ni obsequiar nada a las ansias de quienes aspiraban a ocupar en su momento el puesto del presidente Calles.

El 1 de marzo de 1926 Obregón hizo declaraciones que un buen entendedor estimaría como precursoras de su regreso al término de la administración callista. Mencionó a los "reaccionarios carrancistas" como los opositores a su eventual candidatura, y dejó entrever sus inclinaciones al señalar que, si el Partido Conservador lo seguía atacando, se vería obligado a abandonar su bucólico retiro en Náinari y regresaría a la política.[ 2 ] La señal más importante, sin embargo, fue cuando el 18 de octubre de 1926 se presentó a la Cámara de Diputados una iniciativa de reforma del artículo 82 constitucional. El autor del proyecto era el diputado Gonzalo N. Santos, mismo que lo envió de inmediato a las comisiones de Puntos Constitucionales y, con dispensa de trámites, se aprobó dos días después, por ciento noventa y nueve por la reforma.[ 3 ] Y el 19 de noviembre, por unanimidad de cuarenta votos, el Senado aprobó la reforma enviada por la Cámara de Diputados, con igual dispensa de trámites. Si acaso, casi en privado hubo algunas expresiones entre cínicas y resignadas, como la del senador aguascalentense Manuel Carpio: "Ya está tendido el puente desde Cajemé hasta el Palacio Nacional. Se impuso por superior a las demás la ley de la cargada".[ 4 ] En esta ocasión el presidente Calles guardó silencio, no como cuando conoció el malogrado proyecto de reforma reeleccionista de Francisco Labastida Izquierdo y José María Sánchez de 1925, y declaró en San Luis Potosí: "Como buen revolucionario, no soy partidario de la reelección presidencial que algunos diputados y senadores han propuesto a las cámaras".[ 5 ]

Conviene conocer la versión de Santos acerca de los antecedentes de la reforma que sí llegó a buen término:

Cuando la candidatura del general Obregón aún no se proclamaba, pero estaba sembrada en toda la república, Calles le llamó a su residencia de Chapultepec y allí le dijo que para posibilitar la vuelta de Obregón a la presidencia era necesario su traslado para entrevistarlo a Sonora y hacerle conocer su opinión de que era indispensable reformar la Constitución [...]. A continuación le entregó un memorándum sin firma que decía más o menos: "El Molinero del Norte (Calles) saluda al Buey Limón (Obregón) y le envía sus últimas impresiones, que nuestro enviado amigo le explicará ampliamente de viva voz". Santos le entregó a Obregón el memo del Molinero del Norte y, al leerlo, respondió "Bueno, si así lo juzga conveniente el general Calles, presenta tú el proyecto de reformas, pero, eso sí, que se haga constar que no se trata de reelección sino que es una nueva elección". Y le preguntó, entre otras cosas: ¿y qué dice Soto y Gama? Al responderle que estaba "enteramente con nosotros", le pidió que le entregara un memorándum con el texto siguiente: "Con nuestro amigo, el señor diputado Gonzalo N. Santos, le envío todas mis impresiones y mi deseo de que colabore usted con él." Obregón dio su anuencia para romper "el fuego con las reformas a la Constitución [...] acá espero pendiente los acontecimientos".[ 6 ]

Los generales Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez

La lógica más elemental en 1926 apuntaba hacia un militar como el sucesor del presidente Calles. El ejército era el grupo político dominante, y no existía nadie fuera de su círculo capaz de aspirar a la silla. El caudillo -con todo su poder- parecía retirado de lo que fue la mayor ambición de su vida, por lo que el sucesor de Calles debía ser algún elemento de clara notoriedad, con ascendiente político, con un número significativo de generales con mando de tropas y, de manera muy importante, contar con la bendición del general Obregón para ser su heredero y albacea político. Una estrella mayor brillaba en el firmamento, el general Francisco R. Serrano, y también una menor, el general Arnulfo R. Gómez. No se faltaba a la verdad cuando se afirmaba que era el obregonismo sin el caudillo el que se lanzaba a la liza de la lucha electoral, dividido en dos ramas, el serranismo y el gomismo. Pero cuando Obregón decidió volver a la presidencia, la situación se modificó como por encanto, dejando a los candidatos -ahora de oposición- solamente con un puñado de amigos verdaderos.

La preocupación del presidente y del general Obregón acerca de quién debía ser el siguiente mandatario surgió desde el principio de la administración callista. Al parecer, fue el segundo quien dispuso que el turno era del general Francisco R. Serrano, quien además de su lealtad probada, poseía los atributos de la simpatía, habilidad política y fuerza en el ejército.[ 7 ]Francisco Rufino Serrano y Barbeytia era originario de la municipalidad de Choix, del estado de Sinaloa, donde nació el 6 de agosto de 1889.[ 8 ] Era un personaje muy cercano, entrañable, casi un hijo, del caudillo. Se conocieron desde pequeños en Huatabampo, e incluso estaban emparentados, porque un hermano de Obregón, Lamberto, estaba casado con Amelia, una hermana de Francisco. Una vez derrocado el porfirismo, el gobernador maderista de Sonora, don José María Maytorena lo invitó a ser su secretario particular, cargo que desempeñó hasta marzo de 1913, cuando inopinadamente se presentó en Nogales para ponerse a las órdenes del teniente coronel Álvaro Obregón. La cercanía se restableció de inmediato. Después de Santa Rosa y Santa María, el general Obregón lo nombró jefe de su Estado Mayor, y con este puesto figuró en los combates de Celaya y de Santa Ana del Conde. Por cierto, la elocuencia de Serrano liberó a su jefe de las garras de la muerte cuando el general Francisco Villa lo iba a fusilar en septiembre de 1914. Fiel como pocos a Obregón, lo acompañó hasta su encumbramiento, y una vez en la presidencia ocupó el importante puesto de secretario de Guerra y Marina. Por eso no es de sorprenderse que fuera señalado como el siguiente presidente de la república. Entonces Serrano fue enviado a Europa en una misión de estudio, tanto para alejarlo de cualquier circunstancia desventurada que a la postre pudiera afectarlo en el país como para que entrase en contacto con el mundo de la política en ese continente y elevara así su capacidad en la tarea gobernante que le esperaba al regreso. Un motivo más de su "viaje de estudio" fue su "regeneración personal", es decir, que se suponía que un ambiente "más civilizado" le haría cambiar su inveterada costumbre de visitar los antros. Así encontramos que después de año y medio, Serrano regresó a México listo para ser candidato a la presidencia.

A fin de ubicar a Serrano con miras al futuro, era necesario foguearlo en las tareas políticas del momento, por lo que el presidente Calles le ofreció la cartera de Gobernación. Sin embargo, aceptar en las circunstancias en que se encontraba el país -en plena "persecución religiosa"- le significó la amenaza de verse comprometido en tareas de represión que sublevaba sus convicciones personales. Tal negativa debió decepcionar a Calles, necesitado como estaba de acumular fuerzas. Sin embargo, el gobierno del Distrito estaba disponible; era un puesto que entrañaba menos riesgos y lo ponía en contacto con las fuerzas políticas concentradas en la capital de la república. Desde esta posición, Serrano empezó sus actividades con miras a la presidencia, y buena parte de la clase gobernante cada vez más cerraba filas en torno de su persona.

El 24 de febrero de 1927 Obregón realizó una de sus acostumbradas visitas a la ciudad de México. Recién llegado, ante la pregunta de si aceptaría la candidatura a la presidencia, respondió dejando dudas acerca de sus reales intenciones: "Positivamente, lo único que se saca en claro es que los antirreeleccionistas han definido su campo, que es lo que les interesa. El mío se definirá cuando yo lo juzgue conveniente".[ 9 ] Lo que ya se vislumbraba con una menos ambigua postura del caudillo provocó un verdadero terremoto en el interior del grupo gobernante, y particularmente en el ánimo de Serrano. Por esos días éste se apersonaba ante el presidente Calles para comunicarle su deseo de renunciar al gobierno del Distrito a fin de dar inicio a sus actividades en pos de la silla presidencial. Fue conminado por su interlocutor a recabar antes el parecer del caudillo, y, seguramente abrigando todo género de aprensiones, se dirigió a Náinari a parlamentar con su antiguo jefe. Una versión plausible es que lo encontró frío y distante al principio, hosco y agresivo al final, a lo largo de tres días. No llegaron a algún acuerdo. Era claro que aquel pacto de caballeros de años atrás, al que nadie podía verle ni la más leve mácula, ya estaba liquidado. Obregón intentaría llegar de nuevo a la presidencia, a pesar de sus antiguas promesas, y Serrano, si era el destino, sería su rival. Miguel Alessio Robles relata que, al despedirse de Obregón, le dijo su contrincante en ciernes:

-¡Bueno, general, ya sabe usted que vamos a una lucha de caballeros!

-Yo te creía inteligente, Serrano; si en México no hay luchas de caballeros: en ella, uno se va a la presidencia y el otro al paredón.[ 10 ]

Serrano regresó a la capital preso de las dudas respecto del curso que debía seguir, entre emprender la vergonzosa retirada en medio del ridículo, o mantener su honor con el riesgo de perder su vida. De vuelta a la ciudad de México, en público Serrano ocultó lo crítico de la situación y, en un afán de mantener el optimismo de sus numerosos seguidores, comentó que el caudillo refrendó el apoyo a su candidatura. Pero conforme pasaba el tiempo, sin remedio las filas serranistas se adelgazaban y sus falsos seguidores dirigían ahora sus miradas y sus pasos en cargada hacia otra dirección.

La versión del general chiapaneco Hipólito Rébora incluía que Serrano en aquella visita le habría manifestado al caudillo que el grupo obregonista trabajaba en favor de éste, "y cada día aumentaba la propaganda y según se sabía era autorizada por él". Obregón respondió que él no autorizó esa propagada y la estaba dejando para ver hasta dónde llegaba su servilismo. "Satisfecho de sus conversaciones con Obregón", Serrano declaró en Chihuahua que Obregón le manifestó que no sería candidato a la presidencia, que no claudicaría a sus ideales revolucionarios, y que la campaña que se estaba llevando en favor de su candidatura no contaba con su autorización.[ 11 ] Sin embargo, al poco tiempo, a mediados de junio de ese año de 1927, un grupo de diputados fue a Náinari a ofrecerle su candidatura al general Obregón, misma que fue aceptada, dejando a Serrano en una situación muy comprometida. Algunos le aconsejaron que, para evitar caer en un pozo, siguiera al lado de Obregón; otros lo alentaron a defender el principio político de "Sufragio efectivo. No reelección". Relata Héctor Olea que así se decidió Serrano, ante algunos interlocutores anónimos:

Miren ustedes -habló Serrano-, no es que yo tenga ambiciones presidenciales. Lo que sucede es que me parece indigno dejar abandonados a mis partidarios, quienes tendrán derecho en decirme traidor y otras lindezas, por dejarlos y sumarme a las huestes del hombre fuerte, cuando han depositado su confianza en mí. Yo sé que no ganaré nunca; pero debo en todo caso conservar mi posición [...]. Yo sé que me van a matar, a mí y a muchos de los míos; al señor general Arnulfo R. Gómez, mi amigo, también le pasará lo mismo. Pero queremos dar -Gómez y yo- un precedente, en la historia política de México, no tolerando, bajo ningún concepto, la reelección de Álvaro Obregón.[ 12 ]

El serranismo siguió tirando sus venablos en la panoplia. El 28 de abril en una convención que tuvo lugar en el Teatro Abreu el general Francisco R. Serrano ya había sido electo candidato a la presidencia. No asistió a la convención para protestar porque todavía era gobernador del Distrito Federal, y renunciaría solamente hasta el 13 de junio, siendo sustituido por el licenciado Primo Villa Michel, como encargado del despacho.[ 13 ] Serrano fue respaldado por el Partido Nacional Revolucionario, el Partido Socialista de Yucatán, el Centro Antirreeleccionista y la Alianza de Partidos Antirreeleccionistas de los Estados, muy notablemente el de Chiapas. Las relaciones entre Serrano y su antiguo jefe entraron a un camino sin retorno. Pero en su momento, y sin negar el arrojo de Serrano, hubo cálculo de riesgos, pues inicialmente creyó en la neutralidad del presidente Calles, el respaldo del todopoderoso líder obrero Luis N. Morones, su propia popularidad entre políticos y miembros del ejército -que con frecuencia eran los mismos- y el amplio rechazo social a la reelección presidencial y al anticlericalismo de Obregón. Pero poco se preocupó por construir su propia figura de candidato. De los contados hechos de su campaña estuvieron su Manifiesto del 24 de julio en la capital de la república,[ 14 ] así como una visita a Puebla el 13 de septiembre, donde fue calurosamente recibido, pero hizo poco o nada por organizar un partido de oposición a la altura del que postulaba a Gómez.

Nativo de Navojoa, Sonora, el general Arnulfo R. Gómez era general de División desde 1924, grado al que llegó desde sus principios como soldado raso. Participó en la famosa huelga de Cananea como un minero más, y luego se incorporó a la revolución maderista. Estuvo al mando de columnas, destacando las que encabezó durante la fase constitucionalista y las guerras contra los yaquis. En las vísperas de su involucramiento en la sucesión, era jefe de la Primera Jefatura de Operaciones Militares y de la Guarnición de la Plaza de México (21 de diciembre de 1922 al 21 de julio de 1924) y jefe de la Decimoctava Jefatura de Operaciones Militares en Veracruz (1 de enero de 1926 al 10 de junio de 1927). Tuvo una "comisión en el extranjero", por acuerdo presidencial, del 13 de junio al 1 de diciembre de 1925, que lo llevó a visitar algunos países europeos y sostener visitas privadas, señaladamente con el rey Alfonso XIII de España.[ 15 ] Se ganó la fama de represor a resultas de sus actividades como jefe de operaciones militares de la ciudad de México en 1923, cuando fue acusado de dirigir un plan para hostilizar y asesinar políticos de filiación delahuertista.[ 16 ] Por otra parte, y como jefe de operaciones en Veracruz, actuó con mano dura en contra de agrupaciones obreras y campesinas, y se conoció como responsable de tejer una red de lealtades con el propósito más que aparente de hacerse de una base política capaz de sostenerlo en sus planes para el futuro. Fue postulado el 24 de junio de 1927 por el Partido Nacional Antirreeleccionista (PNA), en el que se encontraban "viejos revolucionarios seguidores de una política al estilo maderista, pero que no tenían una vinculación directa con las masas o con el ejército, lo que limitaba su influencia en el acontecer político nacional". Una suma de pequeños partidos también lo respaldaron, como el Partido Antirreeleccionista de la Clase Media, el Centro Obrero Antirreeleccionista, la Coalición de Partidos Revolucionarios del Distrito Federal y el Partido Liberal Tamaulipeco, entre otros.[ 17 ]

El general Obregón se lanza a la presidencia

Por su parte, Antonio Díaz Soto y Gama, a nombre del PNA ofreció formalmente la candidatura presidencial al caudillo el 23 de junio de 1927, dando inicio a un proceso que culminaría con su victoria electoral al año siguiente. Tres días después la aceptó en una "resolución [que] destruye una de las más grandes ilusiones de mi vida", puesto que "los intereses de la patria y los intereses colectivos [que] son los mismos" estaban en peligro, ahí estaba su experiencia de soldado y funcionario "transitorio". Declaró su profesión de honradez, porque "todos saben también que mi administración se caracterizó por la sinceridad de propósitos y de honestidad con que fueron manejados los fondos públicos". En sus palabras, a él correspondió "iniciar y plantear el programa de la revolución", destinado a tener una larga vida. El eje conductor de su declaración -difícilmente un manifiesto o programa político como se quiso aparecer- fue la sempiterna dialéctica entre "revolución" y "reacción", en la que el caudillo tenía la responsabilidad histórica de hacer prevalecer la primera sobre la segunda. Los "reaccionarios", sus enemigos, se agrupaban en un fantasmagórico Partido Conservador, todo él perversidad, que "siempre se disfraza para entrar en las luchas cívicas, tratando de presentarse como defensor de idealidades que ni practica ni conoce". Obregón se comprometió a "no andar cuchicheando" con los militares "para arrancarles un compromiso previo a la elección, para llevarme al poder". Declaró que era conocido que desde hace varios meses brigadas de agentes de propaganda al servicio de los "apóstoles del antirreeleccionismo" entrevistaron a jefes militares "para catalogarnos o no en favor de sus candidatos". En atención a un desencanto general a causa de las tragedias sin fin derivadas de las sucesiones presidenciales, afirmó que el país "no debe abrigar ningún temor por el resultado de la próxima campaña electoral, aunque se repita muchas veces que va a degenerar en tragedia". Las profecías pesimistas, en último análisis, no eran más que "una de tantas maniobras de la reacción". Por falta de tiempo o por desidia premeditada, se excusó de hablar de un programa de gobierno que pudiera comprometerlo: "cuando se ha desempeñado el cargo de presidente de la república durante un periodo completo de cuatro años, en el cual periodo [ sic ] quedó francamente definida mi concepción política y social, que nunca traté de negar y a honor tuve servirla con toda sinceridad". En una de las partes en las que más faltó a la verdad, Obregón señaló que "tenía la impresión" de que su candidatura fue "de generación absolutamente espontánea". Llamó la atención cuando afirmaba que "la implantación del programa revolucionario en beneficio del proletariado" no podía realizarse en cuatro años de gobierno, y a él solamente le correspondió iniciarlo. Y su "única preocupación consistió en buscar a su hombre para que, por el sufragio o la violencia, llegara a sustituirme, impidiendo que el depósito sagrado que la nación le había conferido fuera entregado a manos que pudieran seguirlo conduciendo por los mismos o parecidos derroteros".[ 18 ] Hasta aquí llegó el "manifiesto" que, como puede advertirse, tuvo una redacción descuidada y perezosa, preñada de lugares comunes, de alusiones abultadas e inexactas, espetadas en indigesta retórica.

La guerra de las palabras insensatas

En Nogales, el 1 de julio de 1927, fecha en que inició su campaña política, Obregón embestiría contra los candidatos opositores Serrano y Gómez, cuya unión "resulta un hibridismo de menos significación que cualquiera de los dos aisladamente". Acusó a Gómez de atraerse a los desafectos a la administración pública y a los delahuertistas, "previendo una posible lucha conmigo, es decir, francamente en un campo opuesto al campo en que yo pudiera actuar". Respecto del "serranismo", señaló que nació sin vida propia y por mucho tiempo se le tuvo que dar vida artificial, "amparado en el poco o mucho prestigio que yo pudiera tener". Señaló que sus propagandistas decían que su candidatura era por iniciativa de él y con todo su apoyo, por lo que algunos "adeptos de buena fe iban cayendo en las redes del 'serranismo'". Se mofó de la carencia de vicios de Gómez -no fumaba ni bebía ni visitaba los antros- porque no contaba al menos con "la presencia de alguna virtud". A Serrano le reconoció su inteligencia y su bondad, "pero en cuanto a la estructura física [...] es un asunto que al país no le interesa".[ 19 ]

Mientras Obregón hablaba así, por esas horas se reunían Serrano y Gómez en el restaurante Chapultepec, donde acordaron nombrar a tres comisionados de cada parte para preparar una candidatura única de oposición. Vito Alessio Robles, hombre cercanísimo a Gómez, formó parte de una de ellas, pero lamentó que Serrano con pretextos y evasivas varios nunca nombrara a sus delegados y las conferencias de unificación nunca tuvieran lugar, en ninguno de los intentos que se realizaron.[ 20 ] La razón de ello, señala, fue que Serrano estaba convencido de que el poder era necesario arrebatarlo por medio de las armas, y de aquí que le daba tan poca importancia a la organización de un partido y a la propaganda electoral. Sus esfuerzos se concentraban en atraerse a los altos jefes militares con mando de tropas, muchos de ellos poco dispuestos a "transigir con la violación del principio máximo de las conquistas revolucionarias que ellos habían defendido con las armas en la mano".[ 21 ]

Con una mayor violencia en Culiacán el caudillo llamó a los "partidarios nones de los políticos fracasados" a hablar de los méritos para defender la personalidad de esa "yunta de candidatos que han formado Gómez y Serrano [...] que antes de llegar al puesto están exhibiendo sus ambiciones y están exhibiendo lo torcido de sus conciencias".[ 22 ] En su batería de discursos Obregón proyectó una vez más, a fuerza de necesidad política, una ideología que iba más allá del pragmatismo y la parquedad conceptual que lo distinguía. Hizo de la Revolución un mito renovable día con día. Construyó un cuerpo de doctrina en el que la legitimidad de los vencedores se daba en última instancia en realizar tareas inacabadas e inacabables, como la búsqueda de justicia en la tierra. El populismo florecía en sus llamados a la reivindicación del proletariado, la armonía social, la comunión con las "clases populares", la justicia a la "causa de los humildes", la lucha contra una evanescente "reacción", la defensa de la patria contra imperialismos y sus aliados nativos.

El 17 de julio, en Guadalajara, Obregón sostuvo que sin el apoyo de la odiosa reacción, Gómez y Serrano no eran más que "dos hombres que inflados por su propia ambición se aprestan a la lucha rodeados de todos los fracasados y el único peligro que ahora existe es el de su propio despecho: "que la silueta siniestra de su impotencia intenta acometernos por la espalda".[ 23 ] Por su parte, el 17 de julio en Puebla, Gómez sostuvo que "los políticos convenencieros tratan de lanzarnos a una nueva lucha, y si logran ver realizados sus designios, tengo preparados para ellos dos locales, uno en las Islas Marías y otros dos metros bajo tierra, como castigo ejemplar para quienes tratan de pisotear un sagrado principio". Aquí recordó los poco honorables orígenes políticos del general Obregón:

para nadie es desconocido que ese falso caudillo, Obregón, cuando ya la brújula revolucionaria estaba bien orientada, después de que la revolución había triunfado, vino a incorporarse a nosotros como se colaron muchos anfibios en las aguas revolucionarias. [ 24 ]

El 22 de julio Gómez sostuvo que Obregón estaba desempeñando "el triste papel" de Bonillas, y evidenció el apoyo oficial a su candidatura. También habló de su mala administración cuando fue presidente y de que "la única obra pública que se llevó a cabo durante su gobierno fue la del ferrocarril del puerto de Yávaros a Navojoa, con el fin exclusivo de facilitar la salida del garbanzo que producen los inmensos terrenos que posee el general Obregón en Sonora".[ 25 ]

El 24 de julio, ante una cerrada multitud, Obregón se presentó en la ciudad de México en el balcón del Centro Director Obregonista. En su momento, regresó con la vieja historia de las conspiraciones armadas de sus contendientes, y de apego a la legalidad: "Si el destino de México tiene escrito un nuevo sacrificio, iremos a él con la sonrisa en los labios, para presentar nuestros pechos a los proyectiles de la reacción; pero que sepa la reacción que ese nuevo sacrificio lo cobrará muy caro el pueblo mexicano, con mayores derechos y con mayores libertades".[ 26 ] Ese mismo día, Gómez llegaba a Monterrey, donde hablaron Martínez de Escobar -que atacó con fiereza a Obregón- y Francisco Santamaría.[ 27 ] Aquí Gómez señaló que "los actos de este nuevo Santa Anna son más reprobables que los de su antecesor, porque si aquél vendió parte de nuestra patria por salvar el resto, el de hoy vende el resto por salvar la silla, de la que quiere apoderarse a toda costa". Como vislumbrando su trágico destino, agregó "si no llego a triunfar porque alguna mano criminal llegue a segar mi existencia, sabré, como aquel caudillo máximo de la democracia (refiriéndose a Madero), caer con honra".[ 28 ]

El 31 de julio Gómez llegó a Tampico, donde fue recibido por la manifestación más concurrida que se le brindó durante su campaña electoral. Recordó lo dicho en México por "Álvaro Santa Anna", cuando afirmó "no queremos la guerra, pero si es necesario iremos a ella con la sonrisa en los labios". Y, con sorna, dijo "con la sonrisa en los labios como ha ido siempre, ya que en los combates se ha encontrado siempre lejos, ordenando el sacrificio de los suyos y el asesinato de sus enemigos". E hizo una tremenda acusación:

Si desgraciadamente se desatara una nueva guerra civil, señalo ante los dioses y ante el pueblo de México a Álvaro Obregón como el único responsable de ella, estando seguro de que todos ustedes, valientes tamaulipecos, sabrán encontrarse a la altura de su deber y en caso de ir a esa lucha, juntos entonaremos "Las cuatro milpas" -convertido en una suerte de himno antirreeleccionista- que serán nuestro futuro himno libertario.[ 29 ]

El 14 de agosto en Torreón, Gómez afirmó categóricamente: "Todos los hombres que se ven apoyados por la imposición, como el general Obregón, que cuenta con la Cámara de Diputados como la de Senadores, pregonan que no quieren la guerra, sino que desean la paz; pero si el voto popular sale burlado, no nos queda más recurso que el que el mismo Obregón empleó en 1920: las armas".[ 30 ] El discurso del caudillo del 17 de agosto en Río Verde, San Luis Potosí, fue uno de los más agresivos de la campaña. En alusión a Arnulfo R. Gómez, lo sentenció con un aforismo: que "la rana más aplastada es la que más recio grita". Despreciando a sus contrincantes, señaló que Gómez no era un problema, mientras que de Serrano "ni valdría la pena de hablar, porque él ha preferido hacer el Tancredo en la capital de la república [...] produciendo periódicamente explosiones de odio que denuncian el estado lastimoso de su espíritu, está ya considerado como un pobre parásito del gomismo".[ 31 ]

La sedición de los candidatos oposicionistas

¿Qué tan cierto era que los generales Serrano y Gómez conspiraban contra el gobierno? Es bien cierto que desde que Gómez fungía como jefe de operaciones militares en Veracruz no ocultaba sus intenciones de llegar a la presidencia por cualquier medio, a un grado tal que el gobierno de México y la Embajada de los Estados Unidos decidieron vigilarlo. De aquí se generó un cuerpo de información del misterioso "agente 10-B", oreja a doble sueldo, que consignaba las actividades conspiradoras del general Gómez, cuya veracidad deberá apreciarse a la luz de los acontecimientos posteriores. Desde principios de 1926 ya se advertían ciertas inquietudes acerca del rumbo que tomarían las ambiciones presidenciales del general Gómez, cuando el embajador norteamericano Sheffield informaba a sus superiores acerca de una conversación sostenida con él, en la que deslizó sus intenciones de ser presidente de México "aun por la fuerza". A Sheffield le parecía que Gómez intentaba una conspiración con el respaldo del Departamento de Estado, "algo que no iba con las políticas del Departamento de Guerra", a cambio de que "una vez en la presidencia" ("if president") vería por el retiro de "ciertas leyes" o la aprobación de otras de acuerdo con las instrucciones del Departamento de Estado.[ 32 ]

Gradualmente la situación se hacía más comprometida para el general Gómez. Dos capitanes de la armada fueron detenidos después de "esperar una señal para levantarse, porque las circunstancias eran propicias para una revuelta". Ya prisioneros, sus confesiones hicieron que el presidente ordenara el traslado de tropas de Tehuantepec, Tampico y Guadalajara a Veracruz a fin de relevar a las de Gómez, a su vez distribuidas en diferentes jefaturas. Al enterarse de esta disposición, el jefe de las operaciones se dirigió iracundo al castillo de Chapultepec en busca de una explicación, que la recibió del presidente en el sentido de que era "cosa de Obregón", a lo que Gómez preguntó quién era el presidente de México. Fue invitado a no regresar a Veracruz y se le ofreció un puesto en el extranjero, como en la Embajada de México en Italia, vacante por la muerte de su titular Rafael Nieto. "Mejor Washington", habría respondido Gómez, a lo que contestó Calles que, si se iba a Estados Unidos, allá conspiraría contra el gobierno.[ 33 ]

Entre los planes de Gómez estaba ganarse a intereses de los Estados Unidos, así que tempranamente encargó al general Manuel Peláez que realizara labores para conseguir fondos y sondeara la actitud de los dueños de los petroleros respecto de su personalidad, ya en campaña por la presidencia o de plano en la lucha armada. Gómez se enteraría de que las compañías desconfiaban de él, además de que no les agradaban sus ligas con antiguos carrancistas.[ 34 ] Mientras el general Gómez se encontraba en la ciudad de México hablando con Calles, barcos de guerra se lanzaron al mar "en busca de contrabando", a fin de neutralizar a los marinos de dudosa lealtad".[ 35 ] A pesar de que Gómez estaba siendo severamente cuestionado por el gobierno a propósito de su fidelidad, no fue relevado de su puesto como jefe de operaciones en Veracruz y, aunque más callado, figuraba en ceremonias públicas con consideraciones propias de su rango militar.

No pasaría mucho antes de que el general Gómez se viera de nuevo en problemas, a causa de una denuncia en el sentido de que se levantaría en armas. Los jefes de operaciones Cárdenas, Amaya y Topete partieron "violentamente" hacia Veracruz para estar a la expectativa de los movimientos de Gómez, mientras que a la Flota del Golfo se le ordenó que se hiciera a la mar para evitar complicaciones. Gómez, por su cuenta, se presentó de nuevo ante el presidente Calles para desvanecer los cargos, y acusó a los generales Topete, Amezcua y Guerrero de tenderle una trampa, para provocar un ataque sobre la Jefatura de Operaciones de Veracruz.[ 36 ]

El general Gómez, al tiempo que acariciaba las esperanzas de ser un candidato legal para suceder a Calles, se mantenía impaciente. Hacia abril de 1927 Francisco Gómez Vizcarra (su sobrino e íntimo colaborador) se presentó discretamente en San Antonio, Texas, con el objeto de investigar las actividades de los carrancistas y delahuertistas. Por su parte, y al parecer, el general Gómez estaba en contacto con ex rebeldes delahuertistas en Veracruz, a quienes les habría ofrecido armas.[ 37 ] Pronto le llegaría el turno de ser nominado candidato legítimo de un partido político, al ser elegido por la III Convención del Partido Nacional Anti-Reeleccionista el 27 de junio por abrumadora mayoría. Luego daría principio su gira, a fin de promover su imagen, atraer el voto y armar una red de alianzas con miras a un eventual levantamiento nacional, como lo haría el general Álvaro Obregón en 1920.

Chihuahua ocupaba un lugar destacado en los planes de Gómez. Después de una gira por Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila, llegó a aquel lugar, donde fue recibido por muchos partidarios. Antes de salir de Chihuahua, Gómez fue a despedirse del general Marcelo Caraveo, su compadre y jefe de operaciones militares.[ 38 ]Le manifestó que iba a hablar con el presidente, y que en caso de que no pusiera remedio a lo que él llamaba la imposición, entonces se levantaría en armas, pues tenía los elementos que necesitaba en Estados Unidos para derrocarlo. Agregó que contaba con jefes militares en todo el país, pero que se pondría de acuerdo con los serranistas en la ciudad de México, que allí tenían una considerable fuerza.

A pesar de las negativas de Caraveo a secundarlo, la presión de los candidatos de oposición no cedió. Agentes de Serrano y Gómez continuaron insistiendo. Así, el "Chale" Róbinson (serranista) le habló de la necesidad de establecer un directorio militar que diera garantías a Gómez y a Serrano. Carlysle, abogado del general Eugenio Martínez, por su parte, le dijo que ya estaba convenido el levantamiento "para septiembre".[ 39 ]

A la hora de la verdad, la del intento de golpe de Estado el 2 de octubre de 1927, Gómez estaba virtualmente a la zaga de las iniciativas de los planes e iniciativas de los serranistas. Félix C. Palavicini, conocido antirreeleccionista, señaló con buenos fundamentos que Gómez fue ajeno al intento de motín militar de ese día de octubre, y que sí "es cierto que abandonó la capital, pero nadie puede afirmar que su preocupación al abandonar la capital no fuera para protegerse de una agresión del gobierno del general Calles o del general Serrano en el caso de que hubiese resultado triunfante la asonada militar. El general Gómez no tenía ninguna preparación bélica".[ 40 ]

Por su parte, la conspiración de Serrano y demás implicados (entre otros, los generales Eugenio Martínez, Héctor Almada, Rueda Quijano, todos de la Jefatura de Operaciones de la ciudad de México y de la Guarnición de la Plaza) era tema de conversación hasta en las cocinas. De boca de los mismos involucrados salieron las indiscreciones que los sentenciaron a muerte o los condujeron al exilio. Pero ninguna de ellas fue tan candorosa como la solicitud que hizo Serrano al presidente Calles, en los primeros días de septiembre, en el sentido de disolver las cámaras "porque se habían constituido en clubes políticos para hacer triunfar a todo trance la candidatura del general Obregón". En otras palabras, el candidato le propuso al primer mandatario que se diera un autogolpe de Estado, ni más ni menos. Vale la pena revisar el episodio, según Miguel Alessio Robles:

El presidente de la república escuchó esta peregrina proposición lleno de asombro, pero no reveló en su recia fisonomía la contrariedad y el enojo. "Eso es muy grave, Serrano", le dijo el presidente con un tono suave y uncioso, y después de contemplarlo con cierta complacencia, y como dando a entender mañosamente que la extraña proposición no le disgustaba, añadió, desfrunciendo su ceño grave y austero: "Para llevar a cabo un acto de tamaña trascendencia se necesita contar con el Ejército". Después dibujó el presidente una sonrisa en sus labios, y le preguntó afablemente:

-¿Cuenta usted con el ejército, Serrano?

-Sí, cuento con el ejército -contestó Serrano con toda energía y firmeza, creyendo que así vencería más fácilmente al jefe de la nación, inclinándolo a aceptar su luminosa idea.

Al presidente de la república se le iluminaron los ojos. Se quedó un rato pensativo, como si fuera a dar una contestación favorable a la rara proposición del general Serrano, y haciendo un leve gesto como si dudara de lo que acababa de oír, interrogó al presidente con más afabilidad que antes:

-¿Y con qué generales cuenta usted, Serrano, para dar ese golpe a las cámaras?

-Cuento con el general Eugenio Martínez y con toda la guarnición de la plaza.

Después siguió enumerando a todos los demás generales que estaban comprometidos con él. Entretanto, el presidente de la república iba grabando en su memoria a los generales que iba mencionando Serrano, sin titubeos, creyendo que el jefe de la nación iba a recoger su idea con beneplácito. Por lo pronto, el presidente exclamó:

-Hay que pensar mucho ese asunto, antes de dar cualquier paso.

La clave de todo se la dio el general Serrano al presidente de la república.[ 41 ]

Y ésta fue la reacción de Calles ante tamaño desacato, en sus propias palabras:

Animado por una extrema benignidad me conformé con intentar disuadir de su torpe empeño al general Serrano. Como nueva demostración de mis propósitos de salvar el decoro militar de los ahora jefes infidentes, no tomé medidas de ninguna naturaleza para restar elementos militares a los jefes que sabía estaban comprometidos desde entonces.[ 42 ]

Cabe observar, de acuerdo con estos testimonios, que el gobierno desde ese momento estaba en alerta, con toda la información a la mano que lo dejaba en aptitud de controlar los acontecimientos. Llama la atención que Serrano haya declarado tan francamente sus ideas ante Calles, pero eso sólo se explica porque creía, como muchos, que éste repudiaba profundamente la reelección obregonista y que por lo tanto era un importante aliado contra ella. También invita a la reflexión el hecho de que en estas condiciones era posible para el gobierno tomar resoluciones distintas a la de la infame masacre de Huitzilac, como por ejemplo detener el complot y enviar a la cárcel o al exilio a los implicados.

Una posible explicación a las drásticas medidas tomadas por el gobierno para masacrar a Serrano y a sus partidarios y perseguir a Gómez y sus pocos leales en Veracruz radica en el hecho de que, dada la cercanía anterior de los dos candidatos de oposición a los hombres del poder -Serrano a Obregón, Gómez a Calles-, la virulencia de los ataques que propinaron al caudillo y, sobre todo, la posibilidad de una rebelión extendida, hizo que Calles cortara por lo sano y enfrentara la responsabilidad política y moral por los crímenes contra los candidatos y muchos de sus seguidores. Los dirigentes de la oposición desde un plano civil, que se encontraban en el entendido de que eran parte de una campaña presidencial pacífica, pagaron también el precio de su osadía, tanto en cárceles, ostracismo, expulsiones de la Cámara como, incluso, el exilio, como lo sufrieron en carne propia Vito Alessio Robles, el general Eugenio Martínez y Félix C. Palavicini, por citar a los más destacados.

La actitud del presidente Calles en la contienda presidencial

Cabe imaginar que Calles deseaba dominar su propia sucesión presidencial, por lo que se debía oponer a las pretensiones de Obregón. Pero lo que ocurrió a la postre fue que en lo más esencial mantuvo su apoyo al jefe. El general Ignacio Richkarday, quien vivió de cerca los acontecimientos en su calidad de secretario de Amaro, nos dice:

Cierto que su amistad con el general Obregón le obligaba hasta cierto punto a dejarse llevar por la corriente reeleccionista y aun hasta hacerse de la "vista gorda" en determinadas ocasiones, pero yo sé muy bien que en lo íntimo repudiaba el procedimiento, porque varias veces lo escuché comentarlo con mi jefe, el general Amaro, en forma que no dejaba ninguna duda [...]. Sin embargo, su lealtad al amigo, los compromisos contraídos con los sectores políticos que se movían a su alrededor, y tantísimas otras cosas más que solamente él podía conocer y calcular en aquella situación, le obligaron a aceptar sin reparos la responsabilidad histórica que la política de la época y las ambiciones del momento arrojaron sobre sus hombros.[ 43 ]

Antes del lanzamiento de la candidatura presidencial de Obregón, o mejor dicho, cuando apenas se sospechaba que el ex mandatario dejaría su dudoso retiro sonorense, Calles jugó a varias bandas, azuzando la liza electoral, declarando a Gómez y a Serrano que cada uno era "su candidato", y dándole alguna esperanza a Luis N. Morones. La irrupción del general Obregón en la lucha política obligó al presidente a realizar un golpe de timón. En adelante, estaría obligado por razones que solamente la política puede explicar, a llevar a cabo tareas sucias como fueron el patrocinio apenas disimulado de la candidatura de su jefe, y peor aún, asumir por completo la responsabilidad de las muertes de Serrano y acompañantes en Huitzilac. En su fuero íntimo, Calles se oponía a la reelección, pero al menos veía como benéfica para sus propios intereses la ampliación del periodo presidencial de cuatro a seis años.[ 44 ] Con todo, el entendimiento entre los sonorenses no era completo; existían motivos para pensar en un eventual choque entre los dos hombres más poderosos de México, aunque tal cosa ocurrió una vez declarada la victoria del caudillo en los comicios de julio de 1928.

La guerra del Yaqui dio qué pensar en el sentido de que tras este genocidio estaban los intereses en conflicto de los dos sonorenses. Es de sobra conocido que Obregón en Sonora tenía todo un ejército bajo su mando directo, en un conflicto que él mismo provocó al impedir los avances de los naturales sobre sus tierras ancestrales, que el general detentaba como propias. Al obligar al presidente a enviar un contingente de soldados federales de entre quince a veinte mil hombres, en realidad le estaba dando garantías, porque de esta manera Obregón se cubría frente a la posibilidad de una traición de su aliado. Una vez que la guerra del Yaqui estaba por concluirse, Calles intentó restarle elementos militares al presidente electo, con el propósito aparente de debilitarle, y para ello fue ocasión una circular de la Secretaría de Guerra a los jefes de operaciones, ordenándoles que concentraran determinado número de soldados en la ciudad de San Luis Potosí, para realizar maniobras de entrenamiento.

En lo que tocaba a Sonora, el acatamiento de tal orden significaba una disminución del contingente en seis mil a siete mil soldados, y con esa concentración el gobierno dispondría de casi veinte mil hombres además de las fuerzas agraristas del general Cedillo. Preocupados por la orden superior, varios generales con mando de fuerzas en Sonora se presentaron en Náinari, coincidiendo con la corazonada del general Obregón que percibía que la concentración en San Luis Potosí formaba parte de un plan de Calles para evitar su ascenso a la presidencia de la república. En esa junta resolvió salir a la ciudad de México para "aclarar paradas" con el general Calles. Nada lo detuvo para realizar su viaje, ni los ruegos de sus familiares y amigos. Algunos militares aconsejaron esperar hasta que Amaro o quien fuera diera el primer paso, pero Obregón se manifestó obligado a "evitar una nueva guerra civil".[ 45 ]

Aarón Sáenz, Fernando de la Fuente y Arturo Orcí lo recibieron en Guadalajara, e intentaron disuadirlo de continuar su periplo. Obregón buscaba una prueba definitiva de que Calles lo acompañaba en la nueva etapa, y para ello era necesario que nombrara colaboradores leales al presidente electo y despidiera a Morones de Industria y Comercio, Amaro de Guerra, Cruz de la Inspección General de Policía y Puig Casauranc de Educación. En suma, quería la retirada de los más notorios callistas del Consejo de Ministros. El general Obregón llevaba sus propuestas para el gobierno, así como para las jefaturas militares de la ciudad de México, Pachuca y Puebla. "Si está Calles jugando lealmente, no tendrá inconveniente en acceder a mis deseos" -afirmaba Obregón-. Así, al medio día del último día de su vida, el 17 de julio de 1928, se presentó por última vez frente al presidente. Tan pronto como empezó a hablar, Calles lo interrumpió para pedirle que trataran los asuntos pendientes al día siguiente, por lo abrumador de las ocupaciones de ambos en ese momento, entre ellas, la comida con la diputación de Guanajuato en La Bombilla. Así, Obregón abandonó Palacio con las manos vacías, y se dirigió al último almuerzo de su vida.[ 46 ]

Morones, una piedra en el camino

Ríos Zertuche afirmó que Obregón le comentó que el presidente de plano desaprobaba la reforma constitucional que permitía la reelección del ejecutivo, y que apoyaba las aspiraciones de Morones al puesto. Y habría requerido a Calles para que le aclarase si reprochaba la conducta de Morones hacia su persona o si se solidarizaba con ella. Obregón refirió que Calles aseguró que "hablaría seriamente con el líder obrero y que si continuaba en su actitud hostil le pediría su renuncia". Morones, por su parte, persistió en su actitud contra el caudillo sin que llegase el cese del puesto que detentaba.[ 47 ]

El dirigente laborista, en efecto, se convirtió en un elemento perturbador a lo largo de la campaña presidencial, y en un dolor de cabeza para Obregón. Con la campaña presidencial afloraron viejas rencillas entre el líder de la CROM y el candidato oficial, pero el presidente Calles obligó al primero a que la convención del Partido Laborista votase por él en medio de graves protestas. En esta magna asamblea, que comenzó el 31 de agosto de 1927 en el Teatro Esperanza Iris, privaba un ambiente dominado por el antiobregonismo y en favor del general Serrano. El 2 de septiembre el PLM proclamó al general Obregón como su candidato a la presidencia de la república, por unanimidad de sus mil doscientos delegados.

Esta actitud del Partido Laborista fue vista con recelo y nadie creyó en la sinceridad de su adhesión de última hora hacia el general Obregón. Pero aquí apareció un detalle extraño más. Uno de los ejes de la reunión fue el dictamen elaborado por una comisión de tres miembros -entre los que se encontraban Morones y Lombardo Toledano- que apoyaba con reservas al candidato oficial, "como una medida para mantener la unificación revolucionaria, y si por alguna circunstancia esta candidatura no cumple con su principal propósito, la unidad revolucionaria, el comité nacional del Partido Laborista quedaba autorizado para anular el acuerdo de la convención".[ 48 ]

Hay quienes juzgan que Morones pretendía suceder a Calles, si aparecían circunstancias extraordinarias e imprevistas. En condiciones normales, por razones legales y políticas tal cosa era impensable: Morones ni era un elemento con la fuerza necesaria para suceder a Calles ni la ley estaba de su lado, porque se requería que un funcionario como él -secretario de Industria y Comercio- renunciara con un año de anticipación a su eventual propuesta como candidato, y no fue así. La posición de Morones, por cierto, no era la óptima dentro de su propia organización, según nos lo relata Ricardo Treviño, destacado miembro del Grupo Acción. Cuando aquél sugirió a sus íntimos que lo lanzaran como candidato en la convención del Teatro Abreu, ante la sorpresa general, les explicó que tal maniobra era para presionar a Obregón, "para forzar un entendimiento".[ 49 ] De acuerdo con Treviño, en el caso de la pretendida candidatura de Morones a la presidencia no existió alguna ambición personal de Luis, sino la incorrecta aplicación de una maquiavélica regla, que era "crear una crisis para obtener un buen convenio". Pero la estrategia tenía su lado flaco: los obregonistas se oponían a que Morones se incorporara a su grupo, y al final de cuentas Calles podría a su vez presionar a voluntad a la CROM para obligarla a aceptar a Obregón, sin nada a cambio.[ 50 ]

En realidad, las diferencias entre los dos personajes habían llegado a un punto de no retorno. Cuando la muerte del senador Francisco Field Jurado en 1924, la severa llamada de atención del entonces presidente a Morones ocasionó un fuerte resentimiento en este último. Y de creerse la versión de Ríos Zertuche, encontraríamos que Obregón imaginó que las pretensiones de Morones de asumir la presidencia de la república eran viables. Ahí estaban las actitudes negativas de los moronistas frente a la reforma constitucional que permitiría el regreso de Obregón al poder, porque de esta manera se difuminaban las posibilidades de su jefe de suceder a Calles. El 20 de abril de 1928, durante el paso del candidato por Orizaba, los laboristas causaron un alboroto "que tuvo más visos de complot contra el general Obregón", en el que estuvo a punto de intervenir el ejército, pero serían "la presencia de ánimo del divisionario y la enérgica y oportuna arenga del diputado Ricardo Topete, que a los ojos de la multitud tomó aspectos del inolvidable don Guillermo Prieto",[ 51 ] las que dieron fin al episodio. Por otro lado, en el Teatro De la Llave, de Córdoba, en tono irrespetuoso el diputado laborista Eulalio Martínez exigió al candidato que exteriorizara "promesas" a realizar al llegar a la presidencia.[ 52 ]

La expresión más notable del distanciamiento entre Morones y el candidato oficial tuvo lugar durante una celebración del Día del Trabajo en la ciudad de México, cuando Morones pronunció un agresivo discurso contra Obregón, en el que afirmó con equívoco lenguaje que los cromistas no colaborarían con el nuevo régimen y que si era necesario irían a las barricadas.[ 53 ] Sería hasta una semana después cuando Obregón respondió a Morones, reprochándole que el PLM "acordó adherirse a mi candidatura en el Partido Laborista cuando a ellos les pareciera conveniente", y que a él no le tocaba juzgarlo, "sino a la nación".[ 54 ]

Obregón, furioso, echó en cara a Calles el comportamiento de su protegido, sin ningún resultado. Le frustraba la falta de reciprocidad del presidente, que permitía que un miembro de su grupo lo atacara, después de que el candidato cuando se encontraba al frente del ejecutivo sacrificó a varios de sus amigos para imponer a Calles.[ 55 ] En todo caso, Morones no logró su propósito de presionar al candidato, y mucho menos de convertirse en alternativa viable frente a alguna "circunstancia extraordinaria" que impidiera que Obregón llegase a la presidencia de la república. Hay quienes han querido ver en Morones un instrumento de Calles para minar el terreno al general Obregón, y esta opinión se lleva hasta el punto de que ambos fueron los autores intelectuales de la trágica muerte del caudillo, por cierto uno de los temas favoritos de los "obregonistas de corazón", como los generales Ríos Zertuche y Ricardo Topete, y demás implicados en la aventura escobarista. Queda claro que Morones fue un obstáculo salvable en el camino de Obregón de vuelta a la presidencia. Carecía de las dimensiones políticas para ser un digno rival del caudillo. El líder pagaría un alto precio por sus bravatas levantiscas contra Obregón, y tal cosa se vio a partir de su violenta desaparición en La Bombilla. Para contrarrestar las acusaciones de su autoría intelectual en el magnicidio, y "para no entorpecer las investigaciones" tuvo que renunciar a su puesto en la Secretaría de Industria y Comercio, primer paso en su eliminación gradual del primer plano de la política nacional.

Palabras finales

La nota dominante en la campaña presidencial iniciada en 1927 con tres candidatos, y concluida en 1928 con Obregón como el único sobreviviente, nos dice mucho acerca del escaso desarrollo institucional alcanzado hasta ese momento por la "Revolución en el poder". Apenas cuatro años antes se percibía un cierto juego de partidos y de expresión mediática que, a pesar de las limitaciones impuestas por el poder (obregonista), prometían que en las tareas refundacionales del Estado se incluyera la instauración de la democracia. Pero dos circunstancias acabaron revertiendo este proceso. Por un lado la rebelión delahuertista -que dio todos los pretextos necesarios para reservar el juego político a los que en el momento conservaban el poder-, y por otro la supervivencia del imperio del caudillismo -en la que un sólo hombre suplantaba las instituciones- constituyeron el telón de fondo de un autoritarismo apenas disimulado que alcanzaría su primera fase durante la presidencia del general Plutarco Elías Calles. El titular del ejecutivo, según toda evidencia, mantenía sin embargo una posición subordinada frente a su antecesor que ahora lo sucedería en el puesto.

El presidente Calles, como es sabido, cooperó cerradamente en favor de las pretensiones del general Obregón. Según algunos allegados, en su fuero interno pensaba todo lo contrario, pero en el campo de los hechos no escatimó ningún esfuerzo que fuera necesario para apuntalar a su amigo y jefe. La campaña presidencial de 1927-1928 acusó peculiaridades que la hacen una de las más singulares en la historia contemporánea de México. El apoyo descarnado del gobierno en favor de Obregón, y también la actitud levantisca de Serrano y Gómez fueron dos caras de una misma moneda. Todos los contendientes, buscando la legitimidad, entraron forzosamente en un juego propio de la democracia, pero nunca los abandonó la idea de que podían tomar el poder por la fuerza, de ser necesario. La cultura de la competencia política por medios pacíficos era inexistente en esos momentos, y el peor ejemplo lo daban los candidatos, coincidentemente todos militares, educados en la línea de arrebatar, lo que ya era insana costumbre. Los partidos políticos, por su parte, maduraron en su condición de comparsas de los poderosos, aun en el caso del Laborista, que a regañadientes se sumó a la marcha del caudillo, aunque el jefe Morones quedó atrapado -debido a sus desaforadas ambiciones- en una situación que a la postre le costó su carrera política.

Si la campaña presidencial de 1927-1928, plagada de improperios, acusaciones ciertas y falsas, desahogos en público, fue grotesca en muchos aspectos, tuvo todavía menos sentido cuando quedaba en pie un solo candidato, quien resultaría ganador en las elecciones de julio de 1928. La vuelta de Obregón a la presidencia perpetuaba una costumbre de los peores tiempos del caudillaje en México, la de Santa Anna y la de Díaz, y una funesta intervención del destino -funesta para él- le hizo perder el paso antes de llegar a la meta. Así pasaría a la historia la campaña presidencial de aquellos años, memorable sobre todo por sus legendarias tragedias en las que cayeron sus principales actores, bizarros acontecimientos de la primera parte del XX.

La desaparición física del caudillo cimbró hasta sus cimientos a un sistema político que en él descansaba. Su asesinato dejó un vacío de poder que nadie estaba en condiciones de llenar, ni siquiera el presidente de la república a pesar de sus muestras sobradas de energía y capacidad para gobernar. El bloque de poder, que descansaba en la hegemonía del caudillo y en su alianza con el presidente Calles, si no se dividió de inmediato, sí mostró fisuras que se ampliaron con el tiempo. Los obregonistas más devotos -Topete, Cruz, Escobar, Soto y Gama, Manrique y Ríos Zertuche, por mencionar a algunos- acusaron de inmediato a Morones de ser el responsable intelectual del magnicidio, buscando que el impacto de su acusación terminara en el presidente en turno. Los callistas, por su parte, se defendieron como mejor pudieron de esa verdad moral que señalaba que los únicos beneficiados de la desaparición física del caudillo eran Calles y Morones.

Manteniendo la institucionalidad en condiciones difíciles en extremo, y dando muestras de un impresionante cálculo político, el presidente convocó a la clase política de la que ahora parecía el único jefe. Los militares más destacados del momento, unos leales y otros no tanto, pero que constituían el núcleo duro del sistema imperante, acudieron cuantas veces fue necesario a los llamados de su jefe, y varios de ellos -Cárdenas, Amaro, Ortiz, Andreu Almazán- resolvieron apoyar la fórmula que se les proponía: el presidente interino debía ser un civil, de filiación obregonista, y debía ser el Congreso quien resolviera. El ungido fue Portes Gil, un elemento de transición entre los dos principales grupos, pero enemigo de Morones como pocos.

Esta nueva elevación presidencial había sido antecedida de los memorables conceptos expresados en el último informe presidencial de Calles en 1928: su repudio a la tradición de los hombres fuertes, en favor de las instituciones y su compromiso de retirarse de la presidencia en el momento en que expirara su periodo correspondiente. Pronto sería el Partido Nacional Revolucionario (PNR) la culminación de un penoso esfuerzo para dejar atrás al caudillismo y a su inmenso poder. Frente a estos acontecimientos, el obregonismo radical en retirada decidió jugarse la última carta. Un sector del ejército, en el que figuraron las fuerzas en el norte y en Veracruz al mando de Escobar, Manzo, Aguirre, Urbalejo y Caraveo, se rebeló contra el gobierno de Portes Gil, demostrando con ello que la "respuesta institucional" distaba de rendir sus frutos. Sin que nadie se sorprendiera, se repitió el patrón endémico de las rebeliones de los militares descontentos, que tenía en las intentonas de Gómez y Serrano sus antecedentes inmediatos. Con las derrotas de aquéllos, se debilitaba gradualmente la preponderancia castrense en la política mexicana, a favor del partido oficial y de la hegemonía de quien, al no ser caudillo, se le llamó jefe máximo de la Revolución.

La oposición civil, por su parte, buscaba abrirse espacio en un ambiente político dominado por las fuerzas que, mal que bien, llenaban rápidamente el vacío provocado por la muerte del caudillo. Desde sus orígenes en 1929, el PNR juntó a los grupos dispuestos a unir su suerte a la de una organización con marcadas características burocráticas pero que ofrecía la posibilidad de una más ordenada disputa por el poder. Aunque los líderes de origen militar tenían una incuestionable presencia en el PNR, los de origen civil tenían un nuevo campo de acción.

Así, los opositores decidieron agruparse en torno de la que parecía la única figura capaz de unir a los grupos disidentes y a esa fuerza en ascenso que eran jóvenes inquietos, de origen urbano y universitario, contrarios a una revolución que a sus ojos degeneró en un militarismo autoritario y sangriento. Ese personaje era José Vasconcelos, que cargaba con la fama de su destacada trayectoria de intelectual metido en política -o de político metido a intelectual, si se quiere-, responsable de las legendarias aventuras por la educación y la cultura en el periodo presidencial del general Obregón. Dispuesto a presentar una oferta original, coherente con su propio pensamiento, Vasconcelos se presentó como la mejor alternativa frente al militarismo reinante y el dominio de Calles, en una suerte de cruzado civilista, teniendo a su alrededor a líderes como Alejandro Gómez Arias, Adolfo López Mateos, Germán del Campo, Manuel Gómez Morín, Ángel Carvajal y Mauricio Magdaleno, entre otros.

Por otra parte, militantes maduros de la oposición, como Vito Alessio Robles y Calixto Maldonado, fueron de alguna manera un hilo fuerte que lo conectaba con grupos que infructuosamente lucharon contra el obregón-callismo. Vasconcelos, sin embargo, no pudo romper con las costumbres de la época, en la que la figura del hombre fuerte -fuerza de ideas y de personalidad en el caso del oaxaqueño-, y el recurso último a la asonada tenían irresistible atractivo, como también lo era acudir al apoyo de los Estados Unidos, sobre todo cuando la suerte no iba bien. La oposición vasconcelista se derrumbó por la acción combinada del Estado y las fuerzas encontradas en su interior, con su doloroso saldo de persecuciones y arteros asesinatos, frustrándose así uno de los intentos más memorables de cambiar el orden político de México, dominado en adelante por un partido oficial llamado a tener una larga existencia.

[ 1 ] Antonio Ríos Zertuche, "La muerte del general Obregón", El Universal, I, 29 de julio de 1963.

[ 2 ] Rafael Loyola Díaz, La crisis Obregón-Calles y el Estado mexicano, 3a. ed., México, Siglo XXI, 1987, p. 21.

[ 3 ] Vito Alessio Robles, El anti-reeleccionismo como afán libertario de México, México, Porrúa, 1993 (Biblioteca Porrúa 111), p. 55.

[ 4 ] Vito Alessio Robles, El anti-reeleccionismo como afán libertario de México, México, Porrúa, 1993 (Biblioteca Porrúa 111), p. 57.

[ 5 ] "El señor presidente Calles no aprueba la reelección", Excélsior, 20 de octubre de 1925.

[ 6 ] Gonzalo N. Santos, Memorias, México, Grijalbo, 1984, p. 312-315.

[ 7 ] Existe un curioso documento, cuya validez es cuestionable y que refleja sin embargo el compromiso entre el caudillo y Serrano, titulado "Acuerdo privado provisional [...] a reserva se [ sic ] ratificarse o rectificarse", firmado en Cajemé el 10 de febrero de 1926 por el general Obregón con los representantes de Luis N. Morones, que señalaba que "el general de División Álvaro Obregón se compromete solemnemente a no ser candidato para la presidencia de la república en el próximo periodo de 1928, bajo las siguientes condiciones: a) Estando legalmente capacitado para candidato en dicho periodo, pero por escrúpulo de carácter moral renuncia al derecho de ser candidato a favor del general de División Francisco R. Serrano, a quien dará todo apoyo moral y material dentro de sus posibilidades de llevarlo [ sic ] al triunfo definitivo", citado en Armando Ponce, "El nieto del general Serrano lo rescata de la sombra a la que lo condenó la historia oficial, a 70 años de su asesinato", Proceso, n. 1091, 28 de septiembre de 1997, p. 64.

[ 8 ] Héctor R. Olea, La tragedia de Huitzilac, México, Costa-Amic, 1971, p. 16.

[ 9 ] "Declara el general Obregón", El Universal, 25 febrero de 1927.

[ 10 ] Miguel Alessio Robles, "La tragedia de Huitzilac", El Universal, 13 de abril de 1937; La versión de Ríos Zertuche fue diferente. Sostuvo que debido al estado etílico con el que Serrano llegó a Cajemé era imposible hablar con él, por lo que Obregón se negó a recibirlo. Carlos Moncada, La Sonora cruel y verdadera: ¿quién ordenó matar al general Serrano?, Hermosillo, Contrapunto, 1999, p. 63-64.

[ 11 ] Hipólito Rébora, Memorias de un chiapaneco (1895-1982), México, Katún, 1982, p. 198-199.

[ 12 ] Héctor R. Olea, La tragedia de Huitzilac, México, Costa-Amic, 1971, p. 160.

[ 13 ] "Entregó ya el general Serrano", El Universal, 21 de junio de 1927.

[ 14 ] "Manifiesto del señor general Francisco R. Serrano, candidato a la presidencia", El Universal, 24 de julio de 1927.

[ 15 ] "C. general de Brigada Arnulfo R. Gómez, en Galería Militar de Marte", documento inédito proporcionado al autor por su nieto del mismo nombre, 17 de agosto de 1999.

[ 16 ] Archivo General de la Nación, Fondo Obregón-Calles, 104-P-106, legs. 6 y 8, 1 de noviembre de 1923.

[ 17 ] Rosalía Velázquez, "Serrano y Gómez, la oposición liquidada, 1926-1927", Nuestro México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, n. 14, 1984, p. 4.

[ 18 ] Roberto Quiroz Martínez, Álvaro Obregón: su vida y su obra, México, s. e., 1929, p. 337-353.

[ 19 ] "El general Obregón opina sobre la unión efectuada entre los dos candidatos. Nogales, Sonora, julio 2 de 1927", Roberto Quiroz Martínez, Álvaro Obregón: su vida y su obra, México, s. e., 1929, p. 97-100.

[ 20 ] Vito Alessio Robles, El anti-reeleccionismo como afán libertario de México, México, Porrúa, 1993 (Biblioteca Porrúa 111), p. 114.

[ 21 ] Vito Alessio Robles, El anti-reeleccionismo como afán libertario de México, México, Porrúa, 1993 (Biblioteca Porrúa 111), p. 115.

[ 22 ] "Palabras que dijo el general Obregón en un mitin que se celebró en el Teatro Apolo, de la ciudad de Culiacán, Sinaloa, el día 9 de julio de 1927", en Discursos del general Álvaro Obregón, 2 v., [México], Talleres Gráficos de la Nación, 1932, v. 2, p. 113-115.

[ 23 ] Discursos del general Álvaro Obregón, 2 v., [México], Talleres Gráficos de la Nación, 1932, v. 2, p. 129-134.

[ 24 ] "Arnulfo Gómez dijo en Puebla cosas fuertes", Excélsior, 18 de julio de 1927.

[ 25 ] "Hace también el general Gómez comentarios al discurso", El Universal, 22 de julio de 1927.

[ 26 ] Discursos del general Álvaro Obregón, 2 v., México, Talleres Gráficos de la Nación, 1932, v. 2, p. 140.

[ 27 ] Vito Alessio Robles, El anti-reeleccionismo como afán libertario de México, México, Porrúa, 1993 (Biblioteca Porrúa 111), p. 119.

[ 28 ] "El candidato, general Gómez, en Monterrey", El Universal, 25 de julio de 1927.

[ 29 ] "El general Gómez en Tampico y Ciudad Victoria", El Universal, 1 de agosto de 1927.

[ 30 ] Así, Aarón Sáenz, primer secretario del Centro Director Obregonista, señaló que "los últimos discursos del candidato Gómez vienen a confirmar el concepto de que ha tomado la decisión de escoger aquel camino (el subversivo), y ha establecido un contraste con la actitud del general Obregón, que al recorrer uno por uno todos los lugares de la república viene mostrando como principal base de su programa el afianzamiento de la lucha democrática por medios pacíficos del ejercicio de los derechos cívicos". La campaña presidencial: el licenciado Sáenz hace un cargo al general Gómez", El Universal, 16 de agosto de 1922.

[ 31 ] Discursos del general Álvaro Obregón, 2 v., México, Talleres Gráficos de la Nación, 1932, v. 2, p. 206-207.

[ 32 ] Fondo Archivo Plutarco Elías Calles-Fernando Torreblanca, Archivo Plutarco Elías Calles anexo, fondo 03, serie 0902, exp. 24, Sheffield, James R., leg. ½, f. 5, inv. 1465.

[ 33 ] Fondo Archivo Plutarco Elías Calles-Fernando Torreblanca, Archivo Plutarco Elías Calles anexo, fondo 03, serie 0902, exp. 17, Weddell, Alexander W., leg. ½, f. 33, inv. 1489.

[ 34 ] Informes confidenciales emitidos por 10-B; mayo 1927, Fondo Archivo Plutarco Elías Calles-Fernando Torreblanca, Archivo Plutarco Elías Calles anexo, fondo 03, serie 0906, exp. 14, f. 8, inv. 1561.

[ 35 ] Fondo Archivo Plutarco Elías Calles-Fernando Torreblanca, Archivo Plutarco Elías Calles anexo, fondo 03,serie 0902, exp. 23, México-político. Elecciones; f. 7-9, inv. 1535.

[ 36 ] Informes confidenciales emitidos por 10-B; junio, 1926, Fondo Archivo Plutarco Elías Calles-Fernando Torreblanca, Archivo Plutarco Elías Calles anexo, fondo 03, serie 0906, exp. 3, f. 23, inv. 1550.

[ 37 ] Informes confidenciales emitidos por 10-B; abril, Fondo Archivo Plutarco Elías Calles-Fernando Torreblanca, Archivo Plutarco Elías Calles anexo, fondo 03, serie 0906, exp. 13, f. 28 y 32, inv. 1560.

[ 38 ] Marcelo Caraveo, Crónica de la Revolución (1910-1929), México, Trillas, 1992, p. 123-124.

[ 39 ] "Luis L. León al general Plutarco Elías Calles. Chihuahua, 25 de mayo de 1927", Boletín del Archivo General de la Nación, tercera serie, t. III, n. 4 (10), octubre-diciembre 1979; t. IV, n. 1 (10), enero-marzo de 1980, p. 48.

[ 40 ] Félix C. Palavicini, Mi vida revolucionaria, México, Botas, 1937, p. 487. En este libro se detallan airosamente los intentos de fusión de las campañas presidenciales.

[ 41 ] Miguel Alessio Robles, "La paloma y el gavilán", El Universal, 19 de abril de 1937.

[ 42 ] "Sensacional declaración del general Álvarez", El Universal, 18 de febrero de 1938, que reprodujo las palabras textuales del presidente Calles el 11 de octubre de 1927 al diario The World, de Nueva York.

[ 43 ] Ignacio A. Richkarday, 60 años en la vida de México, 1920-1940, México, Imprenta Manuel León Sánchez, 1963, p. 151-152.

[ 44 ] Miguel Alessio Robles, "La ratonera estaba bien preparada", en recorte sin nombre de la publicación ni fecha, en el Archivo Familia Soto Ugalde. El general y senador por el estado de Colima, Higinio Álvarez, fue quien presentó ante el Senado el 10 de octubre de 1927 la iniciativa de ampliación del periodo presidencial a seis años, que pasó con dispensa de trámites. El presidente no podría ser reelecto para el periodo inmediato. Cuando el general Obregón se enteró, sabiamente dijo que "para un buen presidente el periodo de cuatro años es muy corto, y para un mal presidente es un periodo muy largo". "Aprobó la Cámara de Senadores el Proyecto para la Ampliación del Periodo Presidencial", El Universal, 14 de octubre de 1927.

[ 45 ] José C. Valadés, "2 veces intentó Calles rebelarse contra Obregón", artículo de fuente desconocida, en los recortes del Archivo Familia Soto Ugalde.

[ 46 ] Miguel Alessio Robles, "La ratonera estaba bien preparada", recorte de El Universal, sin fecha, en Archivo Familia Soto Ugalde.

[ 47 ] Antonio Ríos Zertuche, "La muerte del general Obregón", El Universal, II, 30 de julio de 1963.

[ 48 ] El dictamen de la misma Comisión de Asuntos Políticos en la convención, en su artículo 3 o. decía: "La convención faculta al comité directivo general para que si desgraciadamente los elementos que luchan en el mismo campo o sostengan al mismo candidato que el Partido Laborista se apartaran de las normas aquí fijadas, vulnerando con ello los derechos del pueblo, obre de acuerdo con el criterio expuesto en las consideraciones de este dictamen aun cuando se anulen alguno o algunos de los acuerdos de esta convención, cualquiera que sea su valor o su alcance". Ricardo Treviño, Frente al ideal: mis memorias, México, Casa del Obrero Mundial, 1974, p. 63.

[ 49 ] Ricardo Treviño, Frente al ideal: mis memorias, México, Casa del Obrero Mundial, 1974, p. 57-58.

[ 50 ] Ricardo Treviño, Frente al ideal: mis memorias, México, Casa del Obrero Mundial, 1974, p. 59.

[ 51 ] Roberto Quiroz Martínez, Álvaro Obregón: su vida y su obra, México, s. e., 1929, p. 578.

[ 52 ] Roberto Quiroz Martínez, Álvaro Obregón: su vida y su obra, México, s. e., 1929, p. 579-581.

[ 53 ] Estos cargos fueron negados por Morones en su defensa. "Morones habla claro", El Universal, 12 de julio de 1956, ya citado.

[ 54 ] Roberto Quiroz Martínez, Álvaro Obregón: su vida y su obra, México, s. e., 1929, p. 609-610. A. Romandía Ferreira, "Luis Morones, olvidadizo; De la Flor, acomodaticio", El Universal, s. f., en recortes del Archivo Familia Soto Ugalde.

[ 55 ] Miguel Alessio Robles, "La ratonera estaba bien preparada", en recorte sin nombre de la publicación ni fecha, en el Archivo Familia Soto Ugalde.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Martha Beatriz Loyo (editora), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 23, 2002, p. 113-144.

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